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Mi número es el ocho. Si preguntas, la mayoría elige el siete, el tres o, los que van de transgresores, el trece. El ocho no está muy solicitado. Por eso es mi número. Porque es un número por descubrir. El que va despues del viejo número de la suerte y antes del repelente sobresaliente. Un número regido por Saturno, implique eso lo que implique. Dicen que es el número del éxito y del poder, que está lleno de energía. No sé…. a mí me gusta y, bueno, parece no tener malas cualidades… si crees en esas cosas.
Es el número de la octava maravilla, esa que cada cual imagina como quiere, el número que está en mi formato de película preferido y el número de las ruedas de mis patines. Un número fantástico para pequeñas fiestas memorables. Ni excesivo ni escaso. Y par. Importante a la hora de establecer equilibrio de sexos (no es una tontería). Ya sé que «Con ocho basta» fue el nombre de una serie de televisión «made in USA» que se basaba en lo sobrado de la cifra. Pero se trataba de hijos, una imprudencia antológica incluso para finales de los setenta. Ni siquiera hoy cabrian en la mayoría de monovolúmenes.
El ocho es un número de cintura estrecha, un número de una cierta chulería. Un número lleno de curvas que se insinúa, que se ondula y se desliza, que esquiva y sortea. Un número con sensualidad. Pero basta darle un cuarto de vuelta para descubrir su faceta más espiritual. De repente, el serpenteo y su seducción se transforman en profundidad e infinito. El ocho ya no es ocho, es algo inabarcable que se escapa a nuestra compresión. Dos caras de la misma moneda. Me gusta el ocho.